Súplica a los pies del Árbol de la Vida

Tanto dolor en esta Tierra caída, tanta lágrima de cristal abatida. Y tú mi Señor, nos amparas a todos en tu cálido seno. ¡Oh Redentor! Suspiro por el día en que pueda beber el agua de la Vida Eterna de tus manos, allí donde abrevan juntos el unicornio y el dragón, en donde no hay dolor ni tristeza porque tu Luz brilla sobre la faz de todas las criaturas. Padre de Misericordia, escucha la súplica de este tu humilde siervo que busca tu bendita Sophia. Soy un pecador sin camino, extraviado en el valle de las sombras de la muerte. Tiemblo porque conozco el secreto del día último y te suplico entre sollozos que me regales el arrepentimiento que puede lavar mi corazón de todo el polvo de este mundo.

Madre mía, Virgen Bendita de los Santos y los sabios en Dios, fuente de la Vida y remanso de los pastores celestes, dame tu blanca mano para poder levantarme de mis caídas. No te olvides de mí que no tengo consuelo ante mis errores y mis bajezas. ¡Oh Dama Celeste! Acompáñame en esta hora aciaga y haz crecer en mi pecho el trigo de la virtud que apaga el hambre del alma. Las estrellas y las esferas del firmamento son indignas de cubrir tu belleza inmaculada. Y yo me atrevo a clamar tu nombre María porque no tengo otra Madre fuera de ti. En tu amparo hallo el descanso para mis iniquidades.

¡Oh bendita Jerusalén, tierra nueva y rocío del Cielo estío! Mis huesos dormirán entre tus ocres sábanas hasta el día de la Resurrección. Esperaré para oír al fin la dulce voz de mi Cristo llamando a los justos bajo su trono. ¡Oh Espíritu Santo, fuego de la vivificación! Arremolina mi alma y extravíame para el mundo, loco de amor por Dios, perdido en el frenesí de la Sabiduría Divina. Que mi espada sea flamígera para cortar con los vicios de mi congoja. Déjame participar de la primavera eterna a los pies de Jesús Cristo. Déjame bailar inocente entre los Querubines y los Serafines hasta perderme a mi mismo en la belleza y olvidar para siempre lo que un día fui.

¡Oh Eterno! Cierro mis ojos y siento la brisa de Tu aliento. El Cordero levanta su estandarte batido por la brisa de oriente. El ángel, el león, el toro y el águila festejan la gloria del Señor. Yo seré dichoso si puedo estar bajo Tu mesa para recoger las migajas del pan por Ti partido. El árbol de la vida florecerá. Entonces te haré una corona con sus pétalos de oro ¡oh Majestuoso Rey y Señor mío!